Tablilla de Agua

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Sobre la vez que Adriano atravesó el pórtico hacia el Atalaya de Agua. 
A.—Este ego humano, envuelto en fantasmas, ángeles, demonios, reminiscencias propias y ajenas, ternura de saberlos únicos y verdaderos compañeros suyos; a todos ellos miro ahora con desdén. ¡Mostraos!
Adriano sabe que estará solo cuando el Rey del Atalaya de Agua opere en él. Se apena sin agitarse al saber que acabado el rito muy pocos podrán comprender su visión: descripciones fáciles de una simpleza escondida hace tiempo tras velos de complejas emociones sin sentido. La atmósfera comienza a cambiar y el plasma astral que contiene al mortal se vuelve tangible, al tiempo que expande infinitamente los muros del templo. Su historia y ancestros de todas las edades hacen presencia bajo formas espectrales, girando en círculos a su alrededor y, en ese instante, llamó Adriano al Rey del Libro del Atalaya del Agua.
A.—Revela tu poder.
Rey.—Degeneración, regeneración, unificación, atadura, creación y destrucción de cuerpos y envolturas.
A.—Entonces comienza de una buena vez.
La tensión eléctrica del recinto físico comenzó a fluctuar extendiéndose hasta las casas contiguas, mientras su cuerpo, imperturbable, se revelaba vacío de la consciencia que claramente estaba en otra parte, del otro lado del velo. Allí, Adriano se arrodilla, muestra sus antebrazos y un surco traza la carne abriéndola. Comienza a drenar breas negruzcas, lo que debiera ser sangre, a través de sus venas expuestas. En su mente desfilan imágenes de sucesos que una vez grabaron en su identidad poco a poco la imagen central que le permitiera reconocerse como Adriano. Mientras tanto, el líquido espeso iba cubriendo la fría piedra bajo él: sensaciones, momentos compartidos, juicios quebrándose y descubriendo vacíos ahora revelados, exponiendo a la luz del templo ese impulso tenaz que entierra al miedo, fermento de recuerdos. Las marcas de sus antepasados humanos y espirituales se volvían patentes y accesibles por primera vez, luego el chakra soma se iluminó y logró recordarse a sí mismo. Pudo ver desprenderse costras de emocionalidad estancada adheridas al cuerpo, siempre estuvieron allí, esperándolo, impulsando hasta entonces gran cantidad de decisiones en su vida. Recordó incluso el cobijo materno previo al alumbramiento. Resentimientos y odios aparecieron transformándose en una materia más sutil de perdón y compasión. Su cuerpo emocional, vencido, soltó lágrimas de un dolor arcaico. Pudo ver la angustia de todo lo que es humano y no se sintió ajeno a ello. Recordó a Kutulu, aunque esto era diferente, se perdonó a sí mismo y las costras más profundas cedieron. Su desarrolló emocional había quedado paralizado desde una temprana edad debido a una estupidez, de esas que paraliza a todos y toma una forma distinta en cada uno. Y así, el centro cardíaco se abrió descubriendo para él belleza y bondad de una humanidad casi olvidada, el chakra soma se volvió ardiente y una madeja negra, pesada, se desprendió de su corazón hacia arriba, desafiando la gravedad y diluyéndose en su frente por la radiación del soma. Adriano se desplomó y el Rey abandonó el templo. 

Liberarse es reconocer una prisión hasta entonces desapercibida, por ello la liberación duele. No se festeja la libertad propia tanto como se llora la prisión de quien no se reconoce a sí mismo prisionero. El ego humano abandona su personaje y emerge a cara lavada... la terrible y religiosa misión de conocerse a sí mismo le empieza a pesar, las mil mascaras que encubren un alma ya no refleja la identidad de siempre, se rasgan, caen… nada puede hacerse. 

Al reincorporarse piensa: Las emociones ahora están calmas, ya no presuntan propiedad sobre las cosas y las gentes. Todo lo demás son expresiones de un no sé qué; pasan a través de un no sé quién, y el que se dice yo mira drogado, lánguido, abúlico y sin fuerzas a su imagen sobre aguas somníferas que lo tumban. ¡Ya no servirás a la envoltura en la que fuiste creado, ahora respondes a mi y serás mi sirviente hasta que termine mi Trabajo!

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